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MontBlanc (Normal de Goûter)
(4808 m) :
Sin
duda alguna el Mont Blanc es la cuna
del Alpinismo, y aunque hoy en día es una montaña
saturada de turistas,
curiosos y montañeros, con lo que ello implica.
Sólo el hecho de nombrarla
provoca una sensación especial por su historia, las
posibilidades que se abren
en torno a su macizo y porque siempre supone la meta de un alpinista:
aunque
con el tiempo se convierta en una etapa más, ésta
es especial y única.
La
dificultad y el buen estilo pueden
buscarse incluso hoy en día por sus vertientes
más difíciles, donde la complicación
técnica es notable. Por su vía de ascenso normal,
se pierde parte de la
aventura y descubrimiento que supuso en sus origines la conquista de
este
coloso, debido al gran número de personas que intenta su
cumbre. Lejos queda ya
la época de Sausure, Balmat, Mumery… En esta
montaña podemos buscar altura,
nuestros primeros pasos por los Alpes, ascensión
clásica donde las haya, pero
no vengan a buscar la soledad y autenticidad que supone el
montañismo. En todo
momento estaremos rodeados de personas, con huella permanente,
helicópteros que
nos sobrevuelan, pero también con glaciares, grietas,
tormentas, avalanchas y
4000 metros que nos recordarán por si lo olvidamos que nos
encontramos en la
montaña más alta de Europa Occidental. Y la
más alta de Europa como se ha
conocido toda la vida, pero parece que ciñéndonos
a la geografía exacta, el
Elbrús con 5642m, perteneciente al Caucaso europeo es la
más alta del
continente.
Salir de Nid d’Aigle con la
mochila
hasta arriba empieza a diferenciarte de la multitud, turistas en
general que se
conforman con fotos del glaciar de Byonasay, pero te das cuenta que no
eres
precisamente el único. Ya en Tete
Rousse te
metes en faena, galciar, le Grand Couloir
–muy expuesto y la zona más peligrosa de
la vía- y todo el espolón de Goûter,
hasta el refugio y campamento a
3800m.
Puede hacerse en 1 día o 2, y
la mejor
opción la sabréis al bajar, porque cada uno se
aclimata de forma diferente.
Para algunos es mejor del tirón y al día
siguiente a cumbre, pero en principio
parece más tranquilo y factible subir en dos
días, más otro a cumbre. Esta
última opción es la que nos permitió
subir a 3 de los 4 integrantes de la
cordada.
Teniendo en cuenta una
aclimatación
mínima o nula, la altura es una lotería y
nuestros genes los números que nos ha
tocado jugar. Puede ser una explicación lúdica de
las diferentes respuestas que
el cuerpo da a la falta de oxigeno en un intervalo tan
pequeño de tiempo como
son 2 o 3 días por encima de 3600m que es la altura a la que
nosotros empezamos
a notar rareza en el aire.
Por lo tanto, noche intranquila y
madrugada fría a la luz de los frontales, para seguir una
procesión de luces
por la arista del Dome de Goûter y
de
les Bosses, jorobas que ir
flanqueando
hasta que el hielo pierde su inclinación, y entre la niebla,
ésta fue la única
señal que nos adviertió que estábamos
sobre los 4808 m del Monte Blanco. Las
fotos de cumbre no dan para más, así que
rápido para abajo… aún quedaba lo mas
duro.
En el descenso, el cansancio es el peor
enemigo, y el paso de las horas, que permiten al Sol liberar las rocas
que
antes estaban fijas. El paso de le Grand
Couloir escupe verdaderos misiles del tamaño de un
televisor, prisas,
nervios, un resbalón y quedo colgando de la cuerda 20 metros
más abajo. Un
culetazo sin importancia si no es porque mi hombro ha decidido salirse
de su
sitio. Una vez fuera de peligro, sin poder reducir la
luxación y sin poder
llevar la mochila no queda más remedio que darnos un paseo
en helicóptero.
Para no quedarnos fríos y
tener buena
despedida de Chamonix, una fondue
de
queso con vistas al macizo, algo de turismo y todo queda como una nueva
experiencia de la que aprender.
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